Saturday, October 04, 2008

SÓLO UN RECUERDO


Guardo una botella original de este popular refresco del que todos hemos bebido. Ya lo pondré en escena. Pero, ¿se acuerdan los de Pedregalejo la de caseras que nos hemos tomado en aquellos sitios que no eran playas y en los que había chiringuitos? Yo sí me acuerdo (bueno del número exacto no, claro). Maricuchi, el Lirio, Miguelito el cariñoso, hubo uno que se llamó El cachalote... Un saludo.

Friday, October 03, 2008

VISTO DESDE ARRIBA


Miremos desde arriba lo que hay debajo. Eso es. Nada más.

Friday, July 04, 2008

EL COCODRILO


Es el nombre de un bar. Un amplio bar con salón de celebraciones en La Mosca. Así se llama el sitio donde está. Un barrio castigado primero por las riadas del Jaboneros (un río que no es río, un arroyo que tampoco lo es y un caudal desbordante cuando llueve) y después por una maldita autovía que les cruza por encima. El autor del proyecto no tuvo mejores ideas que poner un viaducto justo justo por encima del barrio. No pasa nada, coches y camiones por la autovía, pero es molesto, "cuando menos molesto", volveremos a citar a Borges. La Mosca tiene peculiaridades, hay por ejemplo un cante que se llama… ¿cómo se llama? Bien es un cante especial y propio del sitio. En realidad es propio de toda la cuenca del Jaboneros hacia arriba, pero no hay mucha población, salvo en La Mosca, en un sitio tan lóbrego, cuando toca, tan florido y verde cuando llueve, tan salvaje en definitiva, tan abrupto. Porque es todo monte hacia arriba. Pasada La Mosca, si se sube por las escasas riveras del arroyo, hay almendros, olivos y sobre todo tomillo, hinojo, romero, lavanda y mucha maraña, y todo ello a los piés del San Antón, que ahí es nada. Con la humedad del otoño o del invierno vienen los espárragos. Qué planta. Muerta todo el verano y caen dos gotas, se pone verde y encima crecen tallos nuevos que bien cocinados son de lo que no hay. Hay que buscarlos y encontrarlos. Parece que todo lo bueno se esconde. Los espárragos trigueros, también. La Mosca, que era a lo que íbamos al principio, es un lugar pequeño (¿quizá su nombre responde a ello?) humilde y fundamentalmente autoconstruido. Es decir las casas del barrio fueron hechas con el esfuerzo y sudor, y los ladrillos y la cal, de los que las habitan. Y ahí está EL COCODRILO. En un buen supuesto uno tendría la impresión previa de que va a un sitio de música country en pleno centro del estado de Misuri, pongamos por caso. Pero no. Falta la música Country. Por lo demás, el local es parecido a cualquier lugar de esos que aparecen en las películas americanas de carretera. Más mierda, sí, pero parecido. Buen café, cerveza de botella y mucha gente del barrio que entra y sale, que pide y no pide, que pide que les fíen y no les fían, que busca nada y no lo encuentra, que está y no está pero que siempre saluda al que entra, aunque no sea conocido, como es mi caso.

Tuesday, July 01, 2008

FRUTAS DEL BARRIO.


Ahora quizá, con el paso de los años no haya tantos árboles como cuando era niño en ese barrio burgués y hermosos que en primavera y verano aparecía cargado de frutos en jardines y árboles que se desbordaban hacia las aceras. Conviene aclarar que el barrio es burgués en su parte alta, pero que fue de humildes pescadores en la orilla del mar, aunque ahora aquello ya no es lo que era. Conviene aclarar también, ya que estamos, que nada es lo que era. Los frutos. La arboleda que quedó grabada en mi memoria estaba formada por las siguientes especies: naranjas, limones, nísperos, chirimoyos, aguacates, melocotones, almendras, higos (y brevas, aunque menos) y algún ejemplar de caqui. Había también granados y desde luego infinidad de arbustos y plantas de las que no sabría decir mucho más que eran muy hermosas aunque no dieran frutos. Ya subiendo hacia la zona más montañosa de PEDREGALEJO (ahora llamada Cerrado de Calderón y de otras formas) se podían coger algarrobas. Hubo una vez un huerto dónde los granados se apegaban unos con otros y dónde era fácil robar la fruta, aunque eso sí, el dueño del huerto no dudaba, si debía, en hacer uso disuasorio, supongo, de una escopeta que tiraba cartuchos de sal. Afortunadamente nunca tuvimos percances. Estaba el terreno en la curva primera de la calle JUAN VALERA y se accedía a él por lo que entonces era un sendero y creo que hoy es la entrada a unos grandes bloques de pisos que ascienden hasta otra curva de la misma calle, metros más arriba. Esto es difícil de explicar: los pisos están construidos junto a la ladera de un monte y por tanto tienen entrada por dos lados de la misma calle que es un camino retorcido que une JUAN SEBASTIÁN ELCANO con la zona alta del colegio de las esclavas. El huerto estaba exactamente en una especie de pequeño valle que se extendía desde el barranco alto de esta calle hasta las laderas de lo que hoy se llama Calle Pepita Jiménez y que por entonces era monte puro y duro. ¡Anda que no comimos buenas granadas en aquel lugar de sombra y frescor!

Sunday, December 10, 2006

LA PURÍSIMA


Guarda el actual dueño de este bar botellas que ya están ajadas y que en realidad son de cuando aquello era una lechería. Bar y lechería, pero vendían leche en La Purísima. Las botellas de las que hablo están en estantes de cristal en la pared frontal. Si se caen, se le caen encima a Manolo (que es el actual dueño de este bar). Hace esquina y está junto a una heladería de la que ya hablaremos en otro momento. En realidad no se sabe muy bien si es un bar en una esquina o una esquina que tiene un bar. Pero lo importante es que es lo que es. Buen café, buen coñac, buenas tostadas, buena cerveza. Ahora ese bar es así, pero no siempre fue. Yo era un niño y por lo tanto la conocí de lejos, pero la conocí. La Media. Una botella de cererveza que parecía un tonelito y que, efectivamente, tenía medio litro de contenido y por eso se llamaba media y no como ahora que se le llama media a una botella de 33 centilitros (para entendernos un tercio). La que yo recuerdo era de Cruzcampo. También había una tres cuartos de Victoria (ya diremos algo de esta marca más adelante) que era, ya hablo de mi visión lejana, una botella de tres cuartos de litro de cerveza. Como el bar aún sigue abierto, aunque haya cambiado de propietario varias veces y favorablemente de aspecto y salubridad, el turista ocasional puede visitarlo. Es más yo sigo desayunando allí los fines de semana. Una parroquia agradable, un propietario agradable y un lugar placentero, aunque de pocos metros cuadrados, para leer la prensa a primera hora o para tomar una cerveza al mediodía. Las botellas de las estanterías merecen verse tranquilamente y con pasión ya que son arqueología pura de los años sesenta y setenta.

Se me olvidaba. El bar está en la esquina de Juan Valera con Juan Sebastián Elcano.